sábado, 20 de marzo de 2010

El gen egoísta y la paradoja de Fermi.


"Somos máquinas de supervivencia, autómatas programados a ciegas con el fin de perpetuar la existencia de los genes egoístas que albergamos en nuestras células."

Así comienza el libro “El gen egoísta” que en 1976 publicó Richard Dawkins y que luego se convertiría en una referencia obligada para la genética e incluso las ciencias sociales.



En su libro Dawkins analiza diferentes aspectos que afectan la evolución de los seres vivos y concluye que la unidad fundamental, el primer impulsor de la vida, es el replicador. Un replicador es cualquier cosa del universo que hace copias de si mismo. Estas ideas generaron un amplio debate en su tiempo y aun siguen siendo objeto de polémica entre la comunidad científica.

Si observamos el curso de la vida en la tierra estos postulados se cumplen casi al pie de la letra. Dawkins habla del egoísmo a nivel genético y explica como las estructuras de nivel superior responden a las necesidades de supervivencia de los genes. Una de las implicaciones más importantes de esta teoría incide en el comportamiento del ser humano como individuo dentro de su entorno social.

¿Somos egoístas por naturaleza?


A nivel biológico todo indica que sí; Más desafortunado resulta que a nivel individual y social también lo somos. Como pequeña prueba documental podríamos leer un periódico del día para darnos una idea.
Nuestras conductas sociales son un claro ejemplo de que la inteligencia no ha jugado -aún- un papel importante en la evolución humana. No olvidemos que somos una especie relativamente nueva y la inteligencia en nosotros es todavía más reciente.

¿Es el egoísmo genético el único mecanismo evolutivo?

Hay evidencia que al menos es el mecanismo inicial. Todos los seres vivos compartimos el mismo lenguaje de la vida. Nuestra unidad fundamental de replicación es el ADN, las mutaciones generadas y nuestra interacción con el entorno nos han llevado a sobrevivir cientos de miles de años. Para la especie humana esto puede cambiar dramáticamente a medida que nuestra tecnología avanza; la inteligencia cobra mayor importancia e incluso nos ha puesto en un punto de inflexión donde estamos en condiciones de tomar concientemente las riendas de nuestra propia evolución.

¿Cuales serán las implicaciones evolutivas cuando tengamos una mayor capacidad de intervención genética? ¿Estaríamos ante la posibilidad modificar nuestra conducta social a partir de alteraciones de nuestras características biológicas?

La época que nos toco vivir es interesante, dentro de unas décadas algunas de nuestras preguntas comenzarán a ser respondidas por la ciencia; Si bien ahora estamos diseñados genéticamente para ser egoístas, me inclino a pensar que este don tan particular de la inteligencia debería encaminar nuestra evolución de una manera diferente.

El egoísmo genético y el aparentemente consecuente egoísmo individual  no solo nos ha encumbrado en la escala evolutiva, también nos está llevando a una encrucijada y muchas de las conductas que antes significaron la replicación exitosa de nuestros genes comienzan a dejar de ser una ventaja.

La agresividad territorial es un ejemplo, nosotros como los animales luchamos por tener el territorio que represente un hábitat mas adecuado para la reproducción. Pero ¿tendrá futuro luchar por los mejores territorios si rompemos el equilibrio ambiental del planeta entero? Se puede argumentar que el egoísmo será necesario y que solo cambiaremos el objeto en disputa; Las guerras que hoy son por el petróleo mañana serán por agua.

En el aspecto social el egoísmo justificado como conducta superior[1] [2] está dejando de tener sustento científico, aunque nuestra realidad nos demuestra día a día que una sociedad diferente esta aún distante. ¿Tendrá algún fin biológico la acumulación egoísta y el consumo excesivo de nuestros recursos naturales?

Estas situaciones de supervivencia en un ambiente que nosotros mismos hemos transformado en hostil son una degradación desde el punto de vista evolutivo, no necesariamente bueno o malo, pero si el objetivo de la vida es persistir, las conductas depredadoras que tenemos nos están llevando en la dirección opuesta.

Enrico Fermi, uno de los científicos del proyecto Manhattan llego a postular una hipótesis del porqué no hemos tenido contacto con civilizaciones inteligentes. La hipótesis de Fermi enunciaba que las civilizaciones inteligentes tienden a la autodestrucción, y que a pesar de que las probabilidades de vida inteligente en el universo son altas, ninguna civilización ha pasado de su etapa evolutiva inicial por este motivo.

Algunas variantes de la hipótesis afirman que el agotamiento de los recursos impondría límites al desarrollo de cualquier civilización y por tanto no se podría dar un crecimiento sostenido[3]. De cualquier manera el resultado es el mismo: la extinción.

Paradójico resulta también que las pocas esperanzas que tenemos de supervivencia parecerían residir precisamente en vencer nuestra naturaleza egoísta, en administrar mejor nuestros recursos y alcanzar un desarrollo tecnológico mucho más avanzado sin exterminarnos en el camino.



[1] El egoísmo genético ha tenido especial acogida entre los teóricos del capitalismo para justificar el egoísmo individual como conducta superior y motor del desarrollo económico. Una vez más, las evidencias parecen contundentes. Debatible en lo particular pero uno de los argumentos usados es que las economías mas avanzadas del planeta son aquellas que basan su sistema socioeconómico en el bienestar individual por sobre el colectivo.

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